El Viaje de Juan

24 de enero de 2006, con algunas cosas nuevas y otras de toda la vida, salgo de Yurimaguas rumbo al Piura en una bicicleta. En la calle, nadie repara en mí, nadie sabe dónde voy, siquiera yo lo sé. En ese momento no tengo la menor idea de los cientos de amigos que voy a hacer por el camino, de la gente que me va a ayudar en momentos difíciles, que me va a dar agua en el desierto, refugio en tierras inseguras, sonrisas, comida, bienvenidas; la gente que me va a enseñar que este mundo es una maravilla. No sé que voy a ver increíbles lugares, culturas asombrosas, tribus exóticas; ignoro las aventuras que voy a correr, y que en algunas circunstancias se tornarán peligrosas. Ni mi bici ni yo sabemos que vamos a dormir en algunas de las casas más pobres del planeta, también en hoteles de lujo; no sabemos lo mucho que vamos a cambiar... Atrás dejo una madre y muchos amigos, una vida feliz y cómoda. Una vida que no era la que soñaba cuando era un adolescente. En estos últimos años, por dos veces he estado a punto de romper mi billete de regreso a casa estando de vacaciones veraniegas; una en Venezuela, otra en Polonia. No puedo consentirme una tercera, ni puedo seguir escuchando a ese gritón dentro de mí que chilla cada noche, ‘¡ésta no es la vida que me prometiste!’. Atrás se queda un profesor de instituto, un sueldo fijo para toda la vida, y el paraguas para resguardarme cuando llueva. Me convierto en un trotamundos sin casa, sin capa ni espada, que no sabe dónde va a dormir esta noche, ni lo que espera detrás de la siguiente curva. Pero es la vida que quiero tener, no puedo seguir pagando cada año diez meses a esta sociedad, para vivir durante dos cortos meses la vida que me gusta. Me voy. Ya en ruta paro en casa de mi madre, de algunos amigos, para decir adiós. - ¿Cuándo volverás? - No lo sé. Tal vez dos o tres años, tal vez dos o tres meses. No lo sé. En Ronda me detiene una nevada durante un par de días. La blanca nieve me recuerda su piel, podría intentarlo una vez más, tal vez seríamos felices, una familia... pero es demasiado tarde, y sin darme cuenta estoy en el ferry yurimaguas, rumbo al final del horizonte. El viento me empuja y hago lo que no puedo dejar de hacer.

Ir en bicicleta a trabajar reduce el estrés un 52 % | Noticias ...

Comentarios